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martes, 12 de mayo de 2015

martes, 28 de enero de 2014

A propósito del regreso de Joan Báez a la Argentina

Joan Báez volverá a la Argentina en marzo y es una buena excusa para recordar esta anécdota que ella protagonizó en 1981 con Mona Moncalvillo y la revista Humor, porque resulta una muestra clara de cómo cierta gente y publicaciones se la jugaban aun con la represión imperante.
Para esa fecha, la periodista ya había consolidado la sección de entrevistas dándoles espacio a personajes de la cultura y la política prohibidos por los militares en el poder. Los nombres los barajaba con Andrés Cascioli y Tomás Sanz y se trataba de gente silenciada en la Argentina o el mundo, como Báez o Joan Manuel Serrat.
La revista ya era masiva, con una venta promedio de 130 mil ejemplares, que le permitía sumarse o realizar acciones de resistencia cultural como apoyar Teatro Abierto u organizar un festival musical para contrarrestar la visita de Frank Sinatra.
El día de la entrevista un llamado interrumpió el desayuno de Mona. Era Adolfo Pérez Esquivel, titular de SERPAJ, un organismo clave en la lucha por los derechos humanos en aquella época y uno de los responsables de que Báez estuviera en Buenos Aires.
–Buen día, Mona, soy Adolfo....
–Hola, Adolfo, buen día, ¿qué contás?.
–Mirá, viene complicado el tema con Joan....
–¿Qué pasó?.
–Nos han avisado que colocaron una bomba en Paz y Justicia. Está todo cercado. Hay carros de asalto sobre México y....
–Ajá, ¿y Joan está ahí?.
–Sí..
–Bueno, voy para allá....
–Está peligroso, Mona....
–Lo vamos a hacer igual...
Cuando llegó al SERPAJ el panorama no había mejorado. La zona estaba vallada, había carros de asaltos, camión de explosivos, periodistas y fotógrafos. Armada con su grabador enorme y el fotógrafo Luis Sasso, Mona rescató a Báez del edificio y ante la mira de todos encararon un bar donde pudieron hacer la nota.
La entrevista se editó enseguida –número 60- con un copete que de arranque advertía de lo "underground" de la visita y que ningún productor había querido armar un show de la cantante que unos años antes había llenado dos Luna Park, donde casualmente cantaría Sinatra.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Aquiles

Cuenta la leyenda -casi todo lo que gira alrededor de la revista Humor tiene visos mitológicos- que en los negrísimos días dictatoriales, con mayor precisión los del año mundialista en el que César Menotti condujo la selección que levantó la copa, Aquiles Fabregat visitaba el estudio de Andrés Cascioli en Piedras y Venezuela engominado y con ese vozarrón tan uruguayo que lo emparentaba con Alfredo Zitarrosa. Además de saludar buscaba insistir, convencer al Tano, de volver al ruedo con una revista de humor.
No era que Cascioli no quisiera. Es que no tenían plata.
Fabregat había debutado a los 19 años en el periodismo uruguayo (había nacido en Montevideo en 1938); y también había alternado con el palo de la publicidad y ya en Buenos Aires, (desde 1974) había trabajado en Mengano, un remedo de Satiricón realizado por la editorial de Julio Korn; El Ratón de Occidente, un proyecto fugaz de Oskar Blotta y en una de las etapas de Tía Vicenta de Landrú.
Pero el dinero apareció y Fabregat se sumó al equipo que en junio del 78 armó esa revista que llegó a los kioscos hasta fines del 78 una vez por mes, desde enero del 79 cada 15 días y años más tarde cada siete, hasta que se discontinuó en octubre de 1999.
La angelada historia de Humor no cuenta por qué Fabregat dejó antes de aquel final la revista (con mayor precisión en 1994) y no abunda demasiado en lo que aportó él a la publicación y otras de Ediciones de la Urraca. Pues Fabregat fue secretario de redacción de Humor, co director de sex Humor y responsable de infinidad de piezas clásicas en ambas publicaciones como la saga del Eustaquio -posible gracias al gran conocimiento que el uruguayo tenía del español- o el cacique Paja Brava, entre tantísimos otros. Pero sobre todo fue uno de los tres pilares de esas revistas emblemáticas junto a Cascioli y Tomás Sanz.
Hoy se cumplen tres años de la partida física de Aquiles.
Que mejor homenaje que el retrato escrito el día posterior al que nos dejó por uno de sus mejores legados.
La nota que ilustra este post es de Radiolandia 2000 a los hacedores de la revista en 1981 (Fabre, al medio, cigarrillo en mano, flanqueado por Cascioli y el gran Alfredo Grondona White).

jueves, 17 de octubre de 2013

Historia de una foto

Diciembre de 1979, la revista Humor ya llevaba 18 meses en los kioscos, había dejado de ser mensual un año antes y tenía una frecuencia quincenal. Era un producto instalado. Consolidado. En las páginas ya se respiraba el aire de libertad que no existía en otros medios de comunicación, censurados y autocensurados. En la tapa de la primera quincena, el 24, aparecía por primera vez una caricatura del dictador Jorge Rafael Videla -y de una figura castrense-. Estaba en traje de baño sumergido en el mar y atacado por las pirañas de la importación. Hasta entonces el blanco predilecto de las críticas al gobierno había sido el ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz.
El número siguiente, último del año, y a modo de parodia a la producción clásica del semanario Gente de los personajes del año, el staff al mando de Cascioli decidió autohomenajearse y posó para la foto. Lo hicieron como una familia. En parte ya lo eran. La imagen, que se realizó en el estudio del fotógrafo Eduardo Grossman, tuvo algunas ausencias. La más llamativa es la de Tomás Sanz, quien deliberadamente llegó tarde para no aparecer. Pero también colaboradores habituales y prolíficos como Tabaré Gómez Laborde, Jaime Poniachik, y los que vivían fuera de Buenos Aires como Roberto Fontanarrosa, Crist, Peiró o Pablo Colazo.
Parados de izquierda a derecha están: Raúl Catón Bonato (que venía de protagonizar la "polémica del Holocausto"); Carlos Pérez Larrea; Tacho, Marcelo Lawry Lawryczenko, Hugo Paredero, Nora Grinberg (Bonis), Jorge Limura, Alfredo Grondona White, Alejandro Dolina, Blanco, Sergio Pérez Fernández, Ariel Turiansky, Rafael, Laura Porcel de Peralta, Miguel Rep Repiso y Jorge Meiji Meijidi con su hija mayor. Sentados en el centro Mona Moncalvillo, Cascioli, Gloria Guerrero, Aquiles Fabregat y Myriam Varela. En el piso, Luis Fati Scafati, Sergio Izquierdo Brown, Néstor Ibañez, Rupérez, Fabián Di Matteo y Eduardo Mileo. Por gentileza de Eduardo Grossman la imagen fue incluida en el libro y también en la contratapa.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Publicitarios

Muchos humoristas, dibujantes y hombres del periodismo vinculados con la revista Humor en particular y los medios de comunicación argentinos en general, se formaron o trabajaron en publicidad en algún momento de las trayectorias personales. Esto es porque en los años 60 los avisos de gráfica se hacían a mano, por lo que los artistas del plumín eran muy requeridos en las agencias.
Andrés Cascioli tuvo sus inicios en la historieta, pero hacia principios de los años 60 comenzó a trabajar en agencias de las que es muy difícil encontrar rastros: Publicidad Internacional Limitada y Aldaba. En la primera fue donde conoció y compartió espacio con Tomás Sanz. A finales de esa década, Cascioli se sumaría a la agencia de Oskar Blotta desde la cual salió en 1972 la revisita Satiricón.
"Éramos un grupo de publicitarios que queríamos una revista que se vendiera. Podíamos dibujar, descubrir dibujantes, hacer un periodismo que acá no existía y sí en el exterior, en algunas revistas universitarias como National Lampoon. Nos interesaban revistas que habían aparecido en el mundo y eran diferentes, una mezcla de historieta, humor y periodismo, pero periodismo sarcástico. Intentamos algo así; como además éramos publicitarios, queríamos una revista de venta masiva, popular", explicaría muchos años después el propio Cascioli. El Tano volvió al palo cuando no pudo sacar revistas y a la hora de hacer Humor también empleó algunas técnicas de ese arte.
Pero no sólo ellos fueron de la publicidad a la comunicación de masas. Otros personajes vinculados a Humor y Ediciones de La Urraca hicieron el mismo recorrido: Carlos Abrevaya, Pablo Colazo, Alejandro Dolina, Roberto Fontanarrosa, Jorge Guinzburg, Miguel Gruskoin, Juan Carlos Caloi Loiseau, Juan Carlos Muñiz, Carlos Trillo y Carlos Ulanovsky, son algunos de ellos.

jueves, 29 de agosto de 2013

Tomás

Vos tenés que verlo a Tomás. El que debe saber eso es Tomasito. Eso seguro te lo puede contestar Tomás. Ahí el que manejaba todo era Tomás. ¿Ya hablaste con Tomás?
Tomás es Tomás Sanz.
Y Tomás Sanz fue, en efecto, una pieza clave del triunvirato que gestó y sostuvo a la revista Humor durante los casi 21 años que llegó a los kioscos.
Andrés Cascioli se ocupaba de las tapas, seleccionar chistes y dibujantes, descubrir talentos, conseguir fondos, ser el líder de la banda y darle la mirada final antes de la imprenta.
Tomás era el editor periodístico, que escribía y reescribía, el que lidiaba en el día a día con la redacción. El que también craneaba la sección Pelota y tiraba paredes con Walter Clos, aka José María Suárez.
Tomás fue el solista y el co director de esa orquesta sin partituras.
El tercero era Aquiles Fabregat, fallecido en noviembre de 2010, casi 17 meses después que Andrés Cascioli.
Tomás tiene la voz cascada por el tabaco. Escucha más de lo que habla. Y cuando lo hace utiliza un tono monocorde y sin estridencias, con lo justo y necesario y las pausas para elegir las palabras precisas o tal vez para que venga los recuerdos desde la memoria.
Nació en 1937 y en los albores de la década del 60 conoció a Cascioli en una agencia de publicidad. Trabajaron juntos y con intermitencias hasta 1996, cuando Tomás fue convocado por Ricardo Roa para sumarse al proyecto del diario Olé.
A la redacción de ese matutino deportivo sigue yendo, aun jubilado, aun con una operación de cadera que lo obliga a usar bastón y con un cansancio visible, pero del que no se queja. Todos allí saben quién es, aunque algunos hayan nacido cuando la revista Humor ya era un clásico pasado de moda. Y aporta el ingenio y la sabiduría de la que otros adolecen.
Tomas sí rezonga cuando le comento que todos me dicen que tengo que hablar con él. "Sí, qué vivos", acepta resignado en el segundo de los dos encuentros mañaneros que tuvimos y en los que en total insumieron unas siete horas en el departamento de tres ambientes del sexto piso de un edificio viejo del barrio porteño de Balvanera, a dos cuadras de un shopping venido a menos.
En el living hay un TV de 21 pulgadas, dos sillones de un cuerpo con funda blanca, una mesa redonda de algarrobo, un potus y una estantería con libros de Nick Hornby, Carlos Abrevaya, Jorge Valdano, Alfredo Di Stefano, Stefan Weig, un premio entregado por el intendente de Morón Martín Sabbatella y un dibujo de Menchi Sábat sin colgar. En la pared, un dibujo enmarcado de molinetes del subte. Lleva la firma de Tomás.
Por la ventana sin cortinas se cuelan bocinazos y de vez en cuando el ulular de una ambulancia que corta como una navaja los recuerdos deshilachados que Tomás despliega con muchos paréntesis entre tazas de café instantáneo sobre un mantel floreado de plástico.
No lo dirá él, claro, pero sí cualquiera que lo haya tenido como editor: es uno de los mejores. Buena persona, afable, leal, leído, culto y paciente, lo necesario para explicar cada corrección, para justificarla. Por eso hicieron un tándem perfecto, irrepetible con Fabregat, otro que sabía largo del idioma de Cervantes. Podían desplegar textos preciosos, como el del Romancero del Eustaquio, porque ambos también compartían la fibra para el humor fino e inteligente.
Pero lo que Tomás más disfruta no es escribir ni editar sino dibujar y aún hoy lo hace en unas hojas tipo oficio que guarda en una carpeta. En Satiricón, de hecho, empezó con el plumín. Pero allí también arrancó a hacer periodismo, empujado por sus pares. Y ambas cosas las desarrolló luego en El Ratón de Occidente, Chaupinela, Humor y en algunos de los productos de Ediciones de la Urraca.
"Soy un tipo de llevar pocas a cosas a cabo. Le doy muchas vueltas. Es que tengo muchas cosas en el balero", asume ahora con algo de resignación y nostalgia, otro trazo grueso para pintar a quien merecería un mayor reconocimiento.
En junio último, la revista Noticias y Editorial Perfil homenajearon a Humor y el diario Buenos Aires Herald, publicaciones emblema de la resistencia a la dictadura militar, y allí estuvo Tomás para recibir una placa, para honrar la memoria de su gran amigo Cascioli.
En Humor Tomás fue jefe de Redacción y en los 90 director, pero el cargo fue una treta para quitar del blanco a Cascioli de la andanada de juicios con la que el menemismo censuraba de manera bestial y sutil a la revista, que le valieron numerosas pérdidas económicas a él y a Cascioli.
Aún hoy Tomás carga con una condena judicial por reproducir una nota del semanario uruguayo Brecha en la que se denunciaban depósitos bancarios del ex senador Eduardo Menem en la otra orilla. El fallo lo dejó firme la actual Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Juan Sasturain lo describe mejor

(El dibujo de tapa de El Ratón de Occidente es de Tomás Sanz)
(Tomás, a la izquierda, y Aquiles)

lunes, 26 de agosto de 2013

Debut

La revista Humor Registrado llegó a los kioscos argentinos en la primera semana de junio de 1978 en coincidencia con el puntapie inicial del Mundial de Fútbol que tendría al país como anfitrión.

Apuntaba a un público que ya conocía a los hacedores: Andrés Cascioli, Tomás Sanz, Aquiles Fabregat, Alicia Galloti, Alberto Speratti, Roberto Fontanarrosa, Carlos CEO Campilongo, Sanyu, Crist, Alfredo Grondona White, Carlos Pérez D'Elias, Carlos Abrevaya y Jorge Guinzburg (que aparecieron en aquel número 1 con seudónimos) eran nombres muy conocidos para quienes ya habían comprado Satiricón, Mengano y Chaupinela. Estas publicaciones, en especial Satiricón, habían revolucionado la industria editorial de la mano de Cascioli y Oskar Blotta, como bien historiaron Jorge Bernárdez y Diego Rottman en este libro.

Refugiado en la publicidad, Cascioli venía de fracasar con una revista de espectáculos llamada Perdón, de sufrir la censura militar que impidió la salida de Satiricón y del gobierno de Estela Martínez de Perón que clausuró Chaupinela.

Pero el éxito de Humor -que fue in crescendo y no inmediato- lo sorprendió.

viernes, 23 de agosto de 2013

Nada se pierde, todo se transforma

Las frases que coronaban la cabeza de muchas de las páginas de Humor Registrado eran un clásico de la revista junto con los insufribles. Se trataba -en el primer caso- de comentarios irónicos de la coyuntura o de tópicos que circulaban en la redacción y alguien -por lo general Tomás Sanz o Aquiles Fabregat- compilaba para luego repartir en la edición. O también provenían de colaboradores externos, a los que se les encargaba o entregaban de manera espontánea como notas o chistes. El recurso no fue una invención de los hacedores de Humor. Ya se habían utilizado en Chaupinela, la revista que Andrés Cascioli editó en 1975 o en Satiricón, aquel producto de Cascioli y Oskar Blotta que revolucionó las revistas entre 1972 y 1976. El publicista, autor teatral y editor Carlos Marcucci -quien nunca trabajó con Cascioli- se adjudica ser el creador y asegura que los incluyó en unos libros sobre humor que editó antes de que Satiricón llegara a los kioscos. Los insufribles también comparten ADN con Chaupinela y Satiricón (donde se lo llamaba Estamos podridos de...), pero en el caso de Humor fue una sección más que emblemática. Podían ser temáticos (a veces se ensañaban con tacheros, colectiveros, motociclistas o comerciantes) o repetirse a lo largo de los años y a medida que crecía el público de la revista se amplió la mirada. Los lectores comenzaron a enviar insufribles con nombre y apellido y firmas recolectadas para escrachar un compañero de trabajo, la escuela o de la propia familia. Revisar los 566 números de Humor permite descubrir que muchos de los cabezales e insufribles mantienen una asombrosa vigencia, tal vez porque la realidad se repite o las costumbres no cambian. Incluso hoy son emparentadas con lo que suele leerse en Twitter y, por otro lado, son uno de los pocos puntos de contacto con la revista Barcelona. En este cuenta de Twitter se publicará una selección.