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viernes, 6 de septiembre de 2013

Portal

La noticia me llegó ayer por correo electrónico. "Falleció Ricardo Miguel Portal, uno de los fundaores de Humor" (sic), era el asunto. El texto del mensaje precisaba que el fallecimiento había sido el miércoles, a punto de cumplir 87 años; abundaba en describirlo como "editor prolifero y socio fundador" de Humor y Satiricón y que se había formado como editor con Dante Quinterno, creador de Patoruzú, con quien trabajó 27 años "hasta formar su propia editorial hacia fines de los '60".
La gacetilla también recordaba que El Huinca y Fabian Leyes, de Enrique Rapela, con algunas tapas ilustradas por Guillermo Roux (sí, el artista plástico), fueron las primeras publicaciones a las que se habían sumado Cuarta Dimensión, de Fabio Zerpa y "grandes historietas" como El conventillo de don Nicola de Torino, Las aventuras del capitán Piluso y La voz del rioba de los personajes televisivos de los hermanos Sofovich y Jaimito, entre otras.
Agregaba que en 1972 lo habían convocado los (hermanos) Blotta para fundar Editores Asociados, que público Satiricón, entre otros títulos. "Tras el cierre (clausura, en rigor) de la publicación, luego de unos años, como Presidente y Director Comercial fundó junto a Andrés Cascioli La Urraca, editorial que lanzó para junio del '78 Humor, "publicación que se convertiría, a partir de un humor brillante y critico, en una voz de resistencia durante la dictadura militar. "Sus restos descansan en el Jardín de Paz", finalizaba.
La primera vez que escuché el apellido de Portal venía con otro: Alpellani. Tarde en descubrir que no era como Thompson y Williams o López y Planes. Portal era Ricardo y Alpellani, Rubén.
Portal era el hombre de las finanzas y algunos lo conocían como el contador; Alpellani era odontólogo.
Nunca había escuchado de ellos pese a ser un conocedor medio de las publicaciones de La Urraca. Pero era por ignorancia. Ellos, en efecto, conocieron a Cascioli y los Blotta en los 70. Ambos tenían un sólido conocimiento de las imprentas y la industria gráfica, hasta entonces un terreno desconocido para los creadores de Satiricón.
En Editores Asociados, Portal era gerente administrativo y Alpellani, comercial. Pero además ambos tenían la editorial Cielosur, que en efecto ya tenía un amplio stock de publicaciones lanzadas.
Cuando la censura y clausura del gobierno de Estela Martínez de Perón cayó sobre Satiricón (1974), la sociedad Cascioli & Blotta se rompió y Portal & Alpellani quedaron del lado del Tano, con quien editaron primero Chaupinela (1975), también cerrada por la gestión justicialista; y la revista Rocksuperstar, en el primer año de la dictadura militar. Para Chaupinela fue que se creó Ediciones de la Urraca.
En 1978 llegaría Humor. El rol de Portal & Alpellani era aportar dinero para las publicaciones y administrar, no mucho más. Las cuestiones gráficas y editoriales eran siempre responsabilidad de Cascioli y el equipo que lideraba junto a Tomás Sanz. La sociedad se rompió en la década de los 80 por cuestiones nunca del todo claras, pero sin que terminaran en Tribunales. En la década del 90, Portal le "robó" algunas figuras a Humor para editar La Murga, una publicación de paso fugaz por los kioscos.
Intenté entrevistarlo el año pasado para el libro sobre la historia de la revista Humor pero me avisaron que estaba muy enfermo y anciano. Había visto su cara en alguna edición de Humor, pero recién al finalizar la investigación dí con la imagen que ilustra este posteo.
La agencia de noticias Télam publicó ayer un despacho, cuya fuente es Fernando, uno de los tres hijos de Portal. En los avisos fúnebres de hoy de La Nación lo recuerdan la esposa Filomena Eleonor Guido; sus hijos Ricardo, Silvina y Fernando, sus nieta Lucía y sus cuñados Nélida, Mirto y Humberto; un consorcio de propietarios de Palermo y Matilde Argüeso e hijos.
En esta imagen casera (gentileza de Nora Bonis, viuda de Cascioli), Portal es el primero desde la derecha en una sobremesa compartida por –de izquierda a derecha– Héctor Aure, Cascioli, Alpellani (parado), Carlos Rivas (sí, el director teatral) y Alejandro Vanelli (de anteojos detrás).

lunes, 26 de agosto de 2013

Debut

La revista Humor Registrado llegó a los kioscos argentinos en la primera semana de junio de 1978 en coincidencia con el puntapie inicial del Mundial de Fútbol que tendría al país como anfitrión.

Apuntaba a un público que ya conocía a los hacedores: Andrés Cascioli, Tomás Sanz, Aquiles Fabregat, Alicia Galloti, Alberto Speratti, Roberto Fontanarrosa, Carlos CEO Campilongo, Sanyu, Crist, Alfredo Grondona White, Carlos Pérez D'Elias, Carlos Abrevaya y Jorge Guinzburg (que aparecieron en aquel número 1 con seudónimos) eran nombres muy conocidos para quienes ya habían comprado Satiricón, Mengano y Chaupinela. Estas publicaciones, en especial Satiricón, habían revolucionado la industria editorial de la mano de Cascioli y Oskar Blotta, como bien historiaron Jorge Bernárdez y Diego Rottman en este libro.

Refugiado en la publicidad, Cascioli venía de fracasar con una revista de espectáculos llamada Perdón, de sufrir la censura militar que impidió la salida de Satiricón y del gobierno de Estela Martínez de Perón que clausuró Chaupinela.

Pero el éxito de Humor -que fue in crescendo y no inmediato- lo sorprendió.

viernes, 23 de agosto de 2013

Nada se pierde, todo se transforma

Las frases que coronaban la cabeza de muchas de las páginas de Humor Registrado eran un clásico de la revista junto con los insufribles. Se trataba -en el primer caso- de comentarios irónicos de la coyuntura o de tópicos que circulaban en la redacción y alguien -por lo general Tomás Sanz o Aquiles Fabregat- compilaba para luego repartir en la edición. O también provenían de colaboradores externos, a los que se les encargaba o entregaban de manera espontánea como notas o chistes. El recurso no fue una invención de los hacedores de Humor. Ya se habían utilizado en Chaupinela, la revista que Andrés Cascioli editó en 1975 o en Satiricón, aquel producto de Cascioli y Oskar Blotta que revolucionó las revistas entre 1972 y 1976. El publicista, autor teatral y editor Carlos Marcucci -quien nunca trabajó con Cascioli- se adjudica ser el creador y asegura que los incluyó en unos libros sobre humor que editó antes de que Satiricón llegara a los kioscos. Los insufribles también comparten ADN con Chaupinela y Satiricón (donde se lo llamaba Estamos podridos de...), pero en el caso de Humor fue una sección más que emblemática. Podían ser temáticos (a veces se ensañaban con tacheros, colectiveros, motociclistas o comerciantes) o repetirse a lo largo de los años y a medida que crecía el público de la revista se amplió la mirada. Los lectores comenzaron a enviar insufribles con nombre y apellido y firmas recolectadas para escrachar un compañero de trabajo, la escuela o de la propia familia. Revisar los 566 números de Humor permite descubrir que muchos de los cabezales e insufribles mantienen una asombrosa vigencia, tal vez porque la realidad se repite o las costumbres no cambian. Incluso hoy son emparentadas con lo que suele leerse en Twitter y, por otro lado, son uno de los pocos puntos de contacto con la revista Barcelona. En este cuenta de Twitter se publicará una selección.